He estado recientemente atendiendo una invitación de la Organización Miss Venezuela para dar un taller de empoderamiento a las chicas que participan como candidatas en este evento. Siempre es gratificante trabajar con mujeres que, desde una pequeña intervención, parecieran inquietarse y transformar un poco su posición frente a su mundo a partir de conceptos y ejercicios muy básicos. Me deja la impresión que ese cambio posicional tiene el poder de influir positivamente sobre su futuro y el futuro de otras mujeres.
Es inevitable asumir postulados feministas y tener posiciones críticas sobre los abundantes mecanismos de cosificación y manipulación sexual que arrastra nuestra sociedad. Los concursos de belleza son uno de los ejemplos más paradigmáticos y evidentes.
Las mujeres que participan del concurso “compiten” entre ellas, pero no principalmente por sus dotes técnico científicas o por sus cualidades atléticas para el desempeño de tareas físicamente retadoras, ni por su liderazgo comprobable para abordar los problemas de la sociedad. No. Ellas compiten para alcanzar el máximo nivel de idealización correspondiente al rol femenino en la sociedad, ser “Princesa”. Aunque las llaman reinas de belleza, la condición de reina que adquiere el nombre viene asociado al acompañamiento de un rey y las características todas del evento llaman a la composición social previa al inmenso privilegio de ser elegida por el Príncipe para casarse -probablemente, gracias a ser la más bella, gracias al triunfo competitivo – para luego reinar. La reina es, de hecho, madura y dominada por su condición de madre de un futuro rey. Abordaré la condición de reina en otro artículo.
La princesa, por supuesto, vencerá el concurso principalmente por su belleza, por su atractivo sexual. También hay otras pruebas. La princesa, claro está, sonríe en todas las situaciones y derrocha delicadeza. No puede ser lerda, malcriada, vulgar, cínica o insensible. Además de exponer las características más evidentes de sus atributos físicos desfilando con un traje de baño, también debe vestirse de gala, porque así habrá de requerirlo su próximo rol de princesa. No es todo físico, también debe desplegar su glamour e inteligencia con preguntas que miden su empatía social ¿no es trabajo de princesa elevar al máximo nivel social la labor cotidiana de cuidados que hace cada mujer en su casa? ¿no debe para ello tener muy claras sus sensibilidades ante las desgracias del prójimo? ¿No debe ser capaz de controlar sus instintos y callar aun cuando le provoque gritar sus inquietudes? También las preguntas pueden versar sobre temas de actualidad internacional, medio ambiente, educación, conflictos…No muchas preguntas, quizá una o dos, no vaya a resultar que hable más de la cuenta. La princesa debe saber de qué hablan los hombres y así desplegar miradas, rostros y pequeños mensajes que destaquen su labor de acompañamiento frente a los aliados y los enemigos del Príncipe.
Este imaginario detrás de los concursos está intensamente divulgado en la literatura y en otras formas de arte desde todas las latitudes, extendida por los reclamos comerciales publicitarios y por los estereotipos patriarcales que se divulgan en redes sociales y medios masivos de comunicación.